Cuando hablamos de las grandes obras de
la literatura pensamos en novelas extensas, grandiosas y
apasionantes, que dejan en tensión hasta el último momento, y que
se desarrollan, por lo general, en el marco del pensamiento de su
época, mostrando una historia compleja y realista, una composición
de un genio visionario que, en conjunto, expone una multitud de
elementos que encajan a la perfección; pero casi nunca nos acordamos
de las historias breves.
Los textos breves, historias de pocas
páginas, narraciones puntuales, situaciones desprovistas de contexto
histórico y social, o que evitan construir uno propio sirviéndose
de la convención de su tiempo, tienen su propio mundo literario; el
mundo de lo breve es, en cierta medida, un mundo poético, artístico,
pero no grandioso: busca la concisión, la especificidad, y casi
siempre expresiones que den a entender algo más.
Por este mundo se mueven Las
ensoñaciones del paseante solitario de Rousseau, los Cuentos,
historietas y fábulas del Marqués de Sade, los ensayos de Albert Camus, los cuentos de
Hermann Hesse, de Julio Cortázar o de Mario
Benedetti; Seda de Alesandro Baricco, Un minuto para el
absurdo de Anthony de Melo, Destino Zoquete de Cesar
Strawberry y Alejandro Feito, Vorágine de Alexander Drake,
y Dios eschiste de Juan Abarca, entre muchos otros,
incontables.
Lo breve, además de rápida lectura,
expone otra visión literaria: hace falta especificar, ir al detalle
que interesa destacar, y exponer el texto de tal forma que el lector
transcienda lo escrito y conozca o interprete el contexto de aquello
que se narra. Al escribir una novela, podemos detenernos en detalles
del contexto, creando un mundo a nuestro antojo, pero en las
historias breves es requisito fundamental ir al grano, al
meollo, y no detenerse en temas secundarios. El lector también lo
nota así, y comprende mejor lo que el autor pretende transmitir.
Entrar en esta categoría de lo breve
no es específico de la ficción ni del ensayo; podemos encontrar
reflexiones como las de Rousseau, o Guy Debord (La sociedad del
espectáculo y Comentarios sobre la sociedad del espectáculo),
también enfoques sobre experiencias propias, como ocurre en muchos
cuentos de Hermann Hesse; reflexiones en cierto grado profundas y
filosóficas, como en Un minuto para el absurdo, o simplemente
pensamientos cualesquiera, incluso majaderías, historias que incitan
y traen ideas extrañas y poco convencionales, como hacen el Marqués
de Sade, Juan Abarca, Cesar Strawberry, Alejandro Feito o Alexander
Drake. Tampoco es necesario que uno de estos libros de lo breve
contenga historietas inconexas, que nada tengan que ver entre sí;
puede tratarse de capítulos o partes breves de un mismo contexto, de
una misma historia, como en Seda (también en Un minuto
para el absurdo, y La
sociedad del espectáculo).
En muchos casos nos recuerdan a la
poesía, y en cierta forma son una poesía, solo que prosaica. En
este sentido, considero un paso intermedio la labor literaria de Walt
Whitman; este hombre del siglo XIX, que escribió tanto prosa como
poesía, es considerado como uno de los primeros y más
representativos poetas de verso libre. La prosa breve es, por lo
general, poetizada, y adopta a veces un sentido similar que la poesía
libre, solo que en otra estructura; esto es algo muy difícil de
afirmar en la gran novela.
Escribir de forma breve puede ser una
ocupación laboriosa, o un entrenamiento intelectual, o un desarrollo
crítico, o una explosión de sentimientos, o todo ello junto, y más.
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